Ya vimos el artículo de este
número 39 de la revista Euskal Herria sobre los valles de Roncal, Aezkoa y
Salazar que a modo de introducción se titulaba “tres reductos de vida pirenaica” ahora damos paso a la continuación del artículo que nos introduce en
el valle de Aezkoa haciendo especial mención a la fábrica de armas.
Dice así
“Las gallinas corretean por el
interior de la iglesia.
Bernardo Antxorena entra con un balde de panes duros al
antiguo templo, ya desacralizado, y da de comer a sus “bichicos”. Bernardo nació
en plena selva de Irati, en la casa Antxorena, donde su padre atendía a los
leñadores, los carboneros, los arrieros, pero a los 6 años lo mandaron a esta
colonia de la Fábrica de Orbaitzeta porque allí vivían sus padrinos y había
“una escuela con una maestrica”.
De adulto trabajó durante 29
años en Burlata, pero desde que se jubiló pasa temporadas largas en este rincón
boscoso de Aezkoa.
-Es que en la ciudad no me
hago, necesito volver al valle.
Y vive junto a una iglesia
abandonada, junto al palacio, el cuartel, las viviendas de soldados y obreros,
las carboneras y los hornos de fundición. Son los restos de la Real Fábrica deMuniciones de Hierro de Orbaitzeta, cuyas ruinas permanecen camufladas por la
vegetación como un templo camboyano, en el barranco de Txangoa.
Durante 200 años la fábrica
fue una llaga en el corazón de Aezkoa, la corona española consiguió que en 1784
la Junta del Valle le cediera su mayor riqueza – la explotación de los montes –
a cambio de construir una factoría que daría unos cuantos puestos de trabajo
pero que sería alimentada con la madera, los minerales y las aguas de los
aezkoanos. Un documento de 1790 denuncia que los negociadores locales no fueron
conscientes del perjuicio por su “inocente candor” “su ignorancia o poca
instrucción en castellano” e incluso por el “convite magnífico” con el que les
convencieron.
Y la fábrica, tan importante y
tan fronteriza, atrajo al valle la guerra de la Convención, la napoleónica, la
realista, las carlistadas, todas aquellas con sus invasiones, incendios y
saqueos. La fábrica, que llegó a producir 3.600 bombas anuales, cerró en 1873,
pero los aezkoanos tuvieron que luchar 1982 para recuperar la propiedad de sus
montes.
Orbaitzeta es un buen punto de arranque para internarse por los montes de Aezkoa y entender su riqueza fabulosa. Una pista lleva hasta el pantano de Irabia, que se construyó para controlar los niveles del caudaloso Irati y facilitar el descenso de las almadías y el barranqueo de troncos sueltos.
Así nació a principios del siglo XX la gran aventura industrial aezkoana. La compañía “El Irati” fundadapor el indiano Domingo Elizondo, taló y transportó madera, levantó aserraderos,los alimentó con electricidad obtenida en las presas, incluso tendió en 1911 elprimer tren eléctrico de la Península, entre Zangotza (Sangüesa) e Iruñea (Pamplona).
Desde el embalse podemos
sumergirnos en el océano vegetal de Irati, en la espesura de un hayedo a veces
seductor y a veces agobiante, un laberinto de miles de troncos que se repiten
hasta el vértigo. La bruma se enreda en los ramajes y filtra los juegos de
sombras, destellos y chorros de luz. En los hayedos de Irati y Mendilatz, en
los robledales de Tristuibartea, Aztapar y Betelu más vale reconocer que
estamos en los dominios de Basajaun, el gigante peludo, señor de los bosques,protector de rebaños contra el lobo.”
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