sábado, 14 de marzo de 2015

La Canción de Roland (6/34)


6.- Roldán y los doce pares

Todo había quedado conforme a la propuesta de Ganelón tras la aceptación de Roldan y la de Carlos. Ahora el conde Roldán cabalgaba ya en su corcel. Con él iban su compañero Oliveros, Garín y el valeroso conde Gerer. Y también iban Otón y Berenguer, Astor y el viejo Anseís, Gerardo de Rosellón y el poderoso duque Gaiferos.


Todos iban junto a Roldán, orgullosos y altivos de poder participar en semejante empresa. Al verlos muchos querían ir también.

Y dijo el arzobispo Turpin sin poder contenerse:

-Por mi cabeza que yo también voy. Nadie podrá impedírmelo.

-Y yo también –dijo el conde Gualterio-. Pese a quien pese, Roldan es mi amigo y no debo faltar.

Y Roldán sonriente los aceptó a todos, luego eligieron entre todos los soldados a veinte mil caballeros que debían formar la retaguerdia más poderosa del ejército de la Cristiandad.

Una vez preparados, Roldán mando llamar a Gualterio de Ulmo y le dijo:

-Escoged a mil franceses y ocupad los desfiladeros y las cumbres para evitar cualquier sorpresa a fin de que el emperador no pierda ni un solo hombre y pueda regresar tranquilo a la dulce Francia.

Y Gualterio respondió:

-De acuerdo Roldán, por vos cumpliré el mandato. No tengáis cuidado, sabré prevenir cualquier asechanza y cualquier traición.

-Suerte, Gualterio, y que Dios os proteja –dijo Roldán, despidiéndose de él.

Y Con mil guerreros Gualterio salió de las filas y se dirigió hacia los desfiladeros y las cumbres. Y cumplió su objetivo el muy noble Gualterio. Ni ante las peores noticias sus hombres descendieronde las cumbres ni huyeron de los desfiladeros. Habían desenvainado la espada y nada ni nadie podría hacerles desistir de su vigilancia. En aquel mismo día libraron una dura batalla contra el rey Almaris del país de Balferna.

Mientras la retaguardia de Roldán mantenía estrecha vigilancia para evitar sorpresas desagradables, Carlos y su ejército seguían la marcha en dirección a la dulce Francia.

Altos cerros, tenebrosos valles, abruptas peñas y siniestros desfiladeros se levantan y se ven por doquier mientras el ejército avanza penosamente. El rumor de su marcha se oye a quince leguas a la redonda, por fin llegan a la Tierra Mayor y ven la Gascuña, y todo el ejército de Carlos llora de ternura. Se acuerdan entonces de sus feudos, de las doncellas de las casas y de sus gentiles esposas. Todos lloran pero Carlos está más triste que los demás. Él no llora pensando en Francia, sino en lo que ha dejado atrás en su retaguardia, a sus veintemil franceses al mando de su sobrino Roldán. Carlos no puede contenerse al ver tierra francesa y llora intensamente.

Roldán y los doce pares se hallan aún en España, con ellos están también veinte mil guerreros que no temen la muerte.

El emperador Carlos ha llegado a Francia pero no puede dominar la preocupación. Junto a él cabalga el duque Naimón. Éste osa preguntarle al ver su tristeza:

-¿No os alegra estar otra vez en Francia, señor? ¿Porqué estáis triste? ¿Cuál es la causa?
Y el emperador contestó:

-Me ofende la pregunta, duque. Mi dolor es tan grande que no puedo ocultarlo. Nosotros estamos ya en Francia, es verdad, pero allá en España quedan aún Roldán y la flor de nuestro ejército. No puedo evitar un terrible pensamiento que me asalta a todas horas, Francia será destruída por Ganelón.

-¿Qué decís señor? ¿Es posible? ¿Nos ha traicionado Ganelón?

-No lo sé aún. Es sólo un presentimiento. Tuve hace poco un sueño que me envió un ángel. 

En este sueño Ganelón quebraba mi lanza en mi puño. Es un funesto presagio, no me cabe la menor duda. Y después fue Ganelón quien propuso enviar a mi sobrino Roldán a la retaguardia. Parecía cómo si preparase su muerte. Y sin Roldan ¿Qué puede hacer Francia? No debí consentirlo. No debí dejarle en tierra extranjera con sólo veinte mil hombres, aunque sean los más valientes.

-Pero, señor, Roldán es invencible y derrotará a sus enemigos –exclamó el duque Naimón, acongojado a su pesar al escuchar las palabras del emperador.

-Nadie puede vencer la superioridad numérica de un enemigo cruel y armado hasta los dientes. Y si además ronda la traición en todo ello. ¿Qué pueden hacer los valientes? ¡Dios mío! Si pierdo a Roldán jamás podré encontrar quien le sustituya.

-¡Dios le ayudará, Señor! No temáis por él y en cuanto a Ganleón, si se confirma su felonía, nadie podrá librarle de la muerte.

Carlomagno lloraba sin poder contenerse ante su fiel Naimón, pronto la noticia de la pesadumbre de Carlos voló por el campamento, los cien mil franceses del ejército compadecieron a su rey y temieron por Roldán, que se había sacrificado por ellos.

El vil Ganelón había traicionado a su emperador. Del rey Mársil recibió grandes riquezas, oro y plata, mantos y vestidos de seda, mulos y caballos, camellos y leones.
Lo había recibido todo sin sentir remordimiento alguno, aunque en ello iba la muerte de Roldán y la derrota de Francia.  

Marsil reunió en España a todos sus barones, condes, vizcondes y duques, generales e hijos de nobles. Era un impresionante cortejo de dignatarios. En sólo tres días se reunieron cuatrocientos mil guerreros con armamentos y bagajes.


En Zaragoza redoblaron los tambores y en la torre más alta se colocó la enseña de Mahoma, en todas las casas los infieles rezaban y adoraban a su dios.

Una vez preparados, a marchas forzadas cabalgaban todos por tierras de Cerdaña en pos de la retaguardia de Carlomagno.

Los infieles cruzaron valles y montes hasta avizorar los gonfalones de las huestes de Francia. Allí estaban Roldán y sus doce pares. Los hombres más valientes del ejército de Carlos.   

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